20 de diciembre de 2015

Identidad en flujo, o de los placeres de las clases "boutique"

En la academia, es relativamente poco frecuente tener la oportunidad de generar una clase que esté muy relacionada con la investigación que uno viene haciendo. Por lo menos, esto casi nunca sucede en las universidades regionales. Normalmente, uno (y aquí me refiero en especial a quienes, como yo, tenemos un puesto temporal) tiene que ofrecer los cursos obligatorios para los alumnos subgraduados. Sin embargo, yo he tenido buena suerte (y maravillosas jefas de departamento) que me han permitido e incluso invitado a desarrollar estos cursos "boutique".

El primero de ellos se trató de la querelle de femmes durante la premodernidad. Para establecer un vocabulario en común, comenzamos leyendo a Simone de Beauvoir y a Virginia Woolf. Las lecturas para la clase funcionaban, de alguna forma, como respuesta a esta última pues sostiene que no hay escritoras en la antigüedad y la edad media. Así mismo, las alumnas (porque al final no tuve ningún alumno en esa clase) requerían entender la retórica misógina a la que respondían las mujeres a las que leeríamos. Por otra parte, procuré desarrollar un programa de estudio inclusivo, es decir, que incorporara diversas tradiciones lingüísticas, regionales, estilísticas y temporales. Así, entraron en conversación The Wife´s Lament (un texto en inglés antiguo o anglosajón), Wallada bint al-Mustakfi (poetisa e hija del califa de Córdoba), Na Castelloza (la trobairitz), Marie de France, Gwerful Mechain (escritora galesa), Christine de Pizan, Isabel de Villena, Lucrezia Marinella, Aemelia Lanyer, etc.

Después, en la misma vena de inclusividad, tuve la dicha de ofrecer una clase sobre monstruos en la literatura y el cine. Obviamente tenía que limitar el material, pues en quince semanas no hay suficiente tiempo para mucho, especialmente cuando procuré cubrir desde la antigüedad hasta hoy. El curso estuvo dividido en cuatro partes. La primera ofrecía las bases para entender el estudio de los monstruos y la monstruosidad. Las demás estaban organizadas cronológicamente en torno a un monstruo específico: gigantes, licántropos y  vampiros. Los dos últimos están íntimamente relacionados con nociones de identidad en flujo, "performatividad" e intersticialidad.

Ahora estoy preparando una clase "boutique" sobre composición y argumentación dirigida a los alumnos de reciente ingreso a nuestra universidad. No es el curso que todos toman, sino para aquellos que se recibirán con honores. Sólo un puñado de estudiantes, con una clase desarrollada sólo para ellos. Esta vez nos dedicaremos a la identidad en flujo a profundidad, comenzando con una definición de identidad, pasando por muchos de los aspectos que marcan la identidad social (raza, etnicidad, nacionalidad, religión, clase, género, sexo, etc.) y normalmente van de la mano, para terminar con un ensayo individual sobre el texto que cada quien elija estudiar.

Esta última clase está particularmente relacionada con mi propia investigación. Estoy escribiendo una monografía sobre el uso del vestido, la armadura y la equitación, y el lenguaje como formas para encubrir la identidad durante la edad media en Europa. Al igual que los cursos sobre querelle de femmes y monstruos, mi proyecto es inclusivo hasta donde puedo, pues debo excluir textos nórdicos y germánicos debido a mis limitaciones lingüísticas. El énfasis en mi estudio es la cultura material: maquillaje, textiles, armaduras, sillas de montar, y propongo que el idioma también es una forma de cultura material (o material cultural).

No obstante, el proyecto es lento en algunos momentos. Quisiera yo poder leer y escribir con más rapidez, para proponer ya mi libro a una editorial. Pero avanzo paso a paso, pienso en lo que pondré en papel mientras preparo mis cursos. Así los procesos de enseñanza-aprendizaje e investigación están íntimamente ligados, aunque quienes están en altos niveles jerárquicos en las universidades no lo puedan ver.

11 de septiembre de 2015

Procesos de escritura II

Termina el verano y uno imaginaría sentirse descansado. Al fin y al cabo, si uno se dedica al trabajo académico, en verano uno no enseña. Pero no es cierto que los académicos tenemos tiempo libre en verano. No enseñar nos permite hacer todas esas cosas que también tenemos que hacer.

Este verano (que aún no termina según el calendario, pero que concluyó en el segundo en que empezó el semestre) me dediqué a escribir. En primer lugar, escribí un artículo (aproximadamente 20 páginas) a partir de una presentación que hice en una conferencia (originalmente 7 páginas), lo que requirió hacer más investigación sobre una diversidad de temas. En segundo lugar, leí una colección de ensayos sobre monstruos infantiles e infantes monstruosos para escribir una reseña del volumen. Tercero, desarrollé mi seminario sobre la representación literaria y visual de Eva en la cultura occidental. Finalmente, revisé mis notas para mis cursos de literatura europea (de la antigüedad a hoy) y literatura británica (de la edad media hasta finales del siglo 18).

Lo que sé de cierto es que me la paso escribiendo y leyendo, sea verano o no. Aunque el semestre de otoño comenzó, sigo preparando nuevos materiales. Por un lado, tengo un artículo casi concluido que necesito revisar para mandar a una revista académica (me han pedido material y creo que éste es el artículo que mejor funciona para este espacio). Por otra parte, estoy trabajando en mi libro que, aunque parcialmente proviene de mi tesis doctoral, conlleva más investigación y escritura.

Por eso, me he estado preguntando cómo será la manera más fácil (por no decir adecuada) de poner en orden mis archivos e ideas. Algunos colegas han mencionado Scrivener, que parece ser un procesador de palabras con un sistema de organización integrado. Otros mencionan Zotero. Más aún, un grupo de colegas han escrito un volumen colectivo llamado How We Write: Thirteen Ways of Looking at a Blank Page. Es decir, no soy la única considerando las diferentes estrategias de escritura.

20 de julio de 2015

El lobo con "piel" de oveja

Dolon. Detalle de una urna ca. 460 AC. Museo del Louvre.
El proceso de escritura es, para mí por lo menos, una actividad que requiere más que sentarme frente a la computadora y teclear. En particular cuando se trata de escritura académica, inicio cubriendo todas las fuentes posibles a riesgo del hartazgo. Prosigo con la preparación de un borrador que suele terminar destripado, a la manera de la criatura de Frankenstein, para dar lugar a un escrito con un argumento claro, bien asentado en evidencia histórica y textual, que permite al lector cuestionar mis ideas o elaborar las propias. Sin embargo, ésta es únicamente la parte "material" de mi proceso de escritura.

De manera paralela, tiendo a necesitar escribir otras cosas, en otros idiomas. Esto podrá resultar extraño considerando que el artículo que estoy escribiendo actualmente se trata de la historia de Saladino y messer Torello del Decameron. Es decir, estoy leyendo el texto en italiano e inglés (a pesar de que no me convence la traducción que es más accesible). Además he leído lo que se ha escrito al respecto de esta historia está en francés, italiano e inglés; aunque como estoy considerando más adelante la traducción castellana, también leo en castellano y otros idiomas ibéricos. Quizá es por eso mismo, el poliglotismo requiere no sólo la ingesta sino también la producción en diferentes lenguas.

No resultará sorprendente que el Sultán Saladino sea representado en varias de las historias del Decameron como políglota también. Dentro de las narrativas medievales, es muy poco frecuente que se haga comentario alguno sobre el lenguaje utilizado por los personajes. No obstante, cuando se hace mención del uso de un idioma diferente parece siempre relacionarse con la idea de representar al Otro. El idioma, en otras palabras, es una de las pieles que le permiten al lobo vestirse de oveja. Ese es uno de los puntos que me interesa explorar más adelante y no en este artículo.