25 de mayo de 2013

¿Academia lúdica?: Un manifiesto personal

"Academia" según la primer acepción en el Diccionario de la lengua española es una palabra femenina que proviene del latín academĭa, y este del griego ᾿Ακαδημία. Academia es "[una] sociedad científica, literaria o artística establecida con autoridad pública". La primera vez que fue utilizada en castellano (al parecer) es en la cuarta parte de la General Estoria de Alfonso X (c.1280). Sin duda, desde sus inicios esta palabra ha estado asociada a filósofos y "altos saberes" pues Platón así llamó a su escuela filosófica. En el siglo XVI  empezó a utilizarse, en prácticamente todos los idiomas europeos, como referencia a una "sociedad o institución para el cultivo y promoción de la literatura, las artes y las ciencias, o alguna rama de ellas" ("Academy" 3a. Oxford English Dictionary). Para el siglo XVIII, la relación entre universidad y academia quedó más que establecida.

Volvamos un momento a Platón y su academia (aparentemente así llamada porque estaba ubicada en los terrenos de un tal Academos), me gustaría que pensáramos en cuáles eran los planteamientos de esta escuela. La primera forma de dialéctica proviene de Platón quien, a través de sus diálogos (las palabras de dos personas, no necesariamente contrapuestas), expone lo que considera el significado profundo de una serie de temas. Sin embargo, la academia (en el sentido más moderno) abandonó dichas prácticas dialógicas para volverse una institución altamente jerarquizada en donde el flujo de pensamiento (y el poder, no olvidemos a Francis Bacon y su scientia potentia est, y a Michel Foucault) se volvió vertical.

Sin embargo, ejercicios como el de BABEL (un colectivo post-institucional no jerárquico sin líderes ni seguidores dedicado al cultivo de una convivencia consciente con otros que trabajan en/dentro de las ruinosas torres de la universidad post-histórica) no son nuevos pero aún causan reacciones entre los miembros más rígidos de múltiples asociaciones educativas.

Permítanme darles un ejemplo que recientemente viví en Kalamazoo. Estábamos reunidos, a la hora de la comida, unos cuantos estudiosos de la épica medieval (principalmente francesa pero también italiana y castellana). Esta sociedad internacional, debo agregar para dar un poco de trasfondo, fue fundada en 1955 y tiene 11 ramales. Uno de los integrantes de la sociedad propuso, para la conferencia del año que viene, un panel en el que nos aproximáramos lúdicamente a un texto que no conozcamos bien. Varios de los integrantes más jóvenes nos mostramos encantados al respecto, pues qué mejor que jugar con el saber en un entorno polifónico y heteroglósico. Es más, pensamos en estudiar un texto periférico que haya sido poco leído, dando así la oportunidad a nuevas lecturas y perspectivas. Evidentemente, hubo una reacción por parte de quienes aún sienten que el saber debe ser pétreo y no mostrar fisuras.

No estoy segura que toda esta diatriba tenga mucho sentido para aquellos que se encuentran alejados de estos menesteres, pero precisamente esa lejanía es la que causa en mí y en otros el deseo de jugar con el saber. Algunos lo hacen sólo por el placer lúdico en sí, como es evidente en corrientes como la ontología orientada a los objetos (OOO) y el colectivo BABEL, antes mencionado. El problema que yo veo en estas corrientes es la perpetuación de la lejanía con el "resto de los mortales" que llevó a la construcción y destrucción de la torre de Babel (para regresar a la mítica figura que utiliza el colectivo). Otros, en cambio, han buscado la socialización del saber en el entendimiento que cuantos más detenten una u otra forma de conocimiento, el poder estará en manos de mayor cantidad de personas.

Personalmente, creo que es importante el estudio de la literatura medieval y "renacentista" porque nos permite entender una infinidad de procesos sociales y culturales actuales. De hecho, la mayoría de los medievalistas no estudian lo que se consideraría, en el siglo XII o XIII, "alta cultura" (por llamarle de alguna manera a lo que no es cultura popular). Casi todos nosotros estudiamos textos que equivalen a los libros de cómics de finales del siglo pasado o los programas de televisión a partir de los setentas. Sólo unos cuantos medievalistas estudian a los grandes filósofos y teólogos, geógrafos y enciclopedistas, aunque todos hemos leído aunque sea en parte estos trabajos. ¿Por qué, entonces, tratar de ponernos en un pedestal y emitir discursos que son ilegibles? ¿A quién beneficia eso? ¿Por qué no hacer un esfuerzo por hacer una conexión con quienes no ven, porque quizá nunca tuvieron esa oportunidad, la importancia que tiene Carlomagno cuando se le compara con Rambo, por ejemplo?

Es ese tipo de academia a la que yo quisiera pertenecer, una que se pueda incluir también en conferencias como la organizada por la PCA/ACA (Popular Culture Association) en los Estados Unidos. Digo esto porque me queda claro que la cultura popular, sea actual o pasada, es una forma de expresión que amerita un estudio comparativo (diacrónico, que le llaman) además de considerar la relación de la cultura con su entorno político y social.

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